Artículo de Jesús Cacho publicado en el medio digital ElConfidencial que me ha dejado boquiabierto. Duro, con fuertes dardos afilados, que hace replantearse situaciones.
En 1993, con el Gobierno de Felipe González asediado por mil escándalos, Jesús Polanco, Antonio Asensio, Javier Godó y Mario Conde, como maestro de ceremonias, mantuvieron una serie de reuniones destinadas a alcanzar una postura común ante un interrogante de capital importancia: ¿Había que facilitar un cambio de Gobierno, dando paso a la nueva derecha democrática que había roto con el franquismo, o convenía, por aquello de lo malo conocido, seguir apostando por Felipe, por pestilente que fuera el perfume que el Régimen exhalaba? Los reunidos tenían, además, algo más prosaico de lo que ocuparse: repartirse el grupo Antena 3. La emisora de radio para la cadena SER, y la televisión para Asensio, con el apoyo dinerario de Banesto. Fue el famoso “pacto de los editores». Con el respaldo de los amos de la prensa, González volvió a derrotar a José María Aznar en las elecciones de junio del 93.
El episodio se ha puesto de actualidad con motivo del almuerzo celebrado el lunes 13 en el Palacio de la Moncloa entre Rodríguez Zapatero y los dueños de la práctica totalidad de los grupos de comunicación españoles. Polanco y Asensio, ya fallecidos, han sido ahora sustituidos por sus hijos, Ignacio y Antonio junior. La reunión se inserta en la categoría de síntoma de los males que aquejan a la democracia española y al sistema de libertades. Se trataba de inducir a los editores a contar la realidad al gusto del presidente, aunque podría decirse con mayor crudeza: ZP buscaba la complicidad de los medios para manipular la información. Ni más ni menos. Dice el ácrata Chomsky que
En 1993, con el Gobierno de Felipe González asediado por mil escándalos, Jesús Polanco, Antonio Asensio, Javier Godó y Mario Conde, como maestro de ceremonias, mantuvieron una serie de reuniones destinadas a alcanzar una postura común ante un interrogante de capital importancia: ¿Había que facilitar un cambio de Gobierno, dando paso a la nueva derecha democrática que había roto con el franquismo, o convenía, por aquello de lo malo conocido, seguir apostando por Felipe, por pestilente que fuera el perfume que el Régimen exhalaba? Los reunidos tenían, además, algo más prosaico de lo que ocuparse: repartirse el grupo Antena 3. La emisora de radio para la cadena SER, y la televisión para Asensio, con el apoyo dinerario de Banesto. Fue el famoso “pacto de los editores». Con el respaldo de los amos de la prensa, González volvió a derrotar a José María Aznar en las elecciones de junio del 93.
El episodio se ha puesto de actualidad con motivo del almuerzo celebrado el lunes 13 en el Palacio de la Moncloa entre Rodríguez Zapatero y los dueños de la práctica totalidad de los grupos de comunicación españoles. Polanco y Asensio, ya fallecidos, han sido ahora sustituidos por sus hijos, Ignacio y Antonio junior. La reunión se inserta en la categoría de síntoma de los males que aquejan a la democracia española y al sistema de libertades. Se trataba de inducir a los editores a contar la realidad al gusto del presidente, aunque podría decirse con mayor crudeza: ZP buscaba la complicidad de los medios para manipular la información. Ni más ni menos. Dice el ácrata Chomsky que
“la manipulación y la utilización sectaria de la información deforman la opinión
pública y anulan la capacidad del ciudadano para decidir libre y
responsablemente. Si la información y la propaganda resultan armas de gran
eficacia en manos de regímenes totalitarios, no dejan de serlo en los sistemas
democráticos. Quien domina la información, controla también en gran medida a la
sociedad”.
El contubernio de la prensa con el poder político se ha convertido en proverbial en España. La primera vez que cantó el gallo fue también con Felipe González, con la Alianza Atlántica de fondo. “Otan, de entrada no”. El socialismo de pana y tortilla hispano era contrario a la decisión adoptada por el efímero Calvo Sotelo, pero el camarada Billy Brandt cogió por las solapas a Felipe y le leyó la cartilla. Había que quedarse en la OTAN. Y Felipe reunió en su despacho de Moncloa a los editores y les pidió apoyo con gesto desgarrado. Se trataba de convencer a los españoles para que votaran sí en el referéndum, cuando el sentimiento mayoritario era no. En noviembre 1985, un sondeo reveló que el 46% de los ciudadanos era partidario de la salida, por solo un 19% favorable a la permanencia. De vuelta a Barcelona, Antonio Asensio reunió a los directores de los medios de Zeta en un almuerzo, reservado en la segunda planta del “Reno”, calle Tuset esquina Travesera de Gracia, para contarles lo ocurrido e impartir instrucciones. Allí estaban Lago, Franco, Sebastián y otros. Solo uno levantó el dedo para decir que por ahí no pasaba. Y el milagro se hizo: el 12 de marzo de 1986, el 52,5% de los españoles dijo sí a la continuidad en la OTAN, frente al 39,8% que apostó por el no.
(...)
Un tipo capaz de mentir o negar la realidad con el mayor desparpajo
Parece que esta no ha sido la última cena -o almuerzo- de Jesús Zapatero con los doce apóstoles de la prensa, que ha habido alguna más en el pasado reciente en torno a asuntos tan espinosos como el fallido proceso de paz con ETA, lo cual explica muchas cosas. La fundamental: que este tipo, capaz de mentir o negar la realidad con el mayor desparpajo, pueda salir vivito y coleando, sin coste político alguno, de los callejones sin salida a los que le conduce la osadía trufada de ignorancia que le distingue. El fenómeno se ha vuelto a repetir estos días. El tipo que hasta ayer negaba la existencia de la crisis, se pasea hoy por el prado y mata moscas con el rabo con aire de haber descubierto la penicilina, simplemente porque ha sabido subirse en marcha al tren de las medidas adoptadas por otros países, iniciativas que hasta el domingo 5 de octubre rebotaban como dardos de insidia contra los cristales del despacho de un petrificado ZP.
Dos semanas después, el tipo piafa y gallea ufano, protegido por el muro de silencio construido en su derredor por los señores de la prensa a los que recibe en secreto. Deslumbrante paradoja a la española: un presidente que a duras penas puede hacer aprobar los PGE por la minoría parlamentaria de que dispone, parece gozar de un poder sin parangón –superior incluso al de Franco desde el punto de vista económico-financiero-. Controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que ha dejado de existir como poder independiente. Con los sindicatos por guardia de corps, se encama con la banca, mientras los dueños de los media –que esperan como agua de mayo su propio Plan de Rescate a lo Paulson- comen en su mano. Se entiende así que el artista no haya considerado pertinente pedir disculpas a la ciudadanía por tan contumaz desvarío a la hora de negar cualquier atisbo de crisis.
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