Después del 22-M (by Luisa Pérez)

Supe de su existencia fijándome en quien firmaba esos artículos del Diario de Pontevedra que tánto me gustaban por su objetividad y narración de los hechos, siempre a través de un hilo conductor que ella misma se fabricaba para cada escrito.

Ella se fue del Diario fruto de los ajustes empresariales que a cualquier empresa siempre le toca alguna vez para seguir sobreviviendo y yo me fui a Chile en busca de un lugar en este mundo.

El destino nos juntó bajo el paragüas de Telmo Martín y nació una gran amistad. Hoy quiero compartir con todos vosotros este brillante artículo de una periodista de raza que ha hecho que los cimientos de la emotividad de uno mismo se tambaleen.


No está de más que me vuelva a dejar caer por aquí. Todavía hay que defender la luna y sus vínculos con nuestros sueños. Sabios como Galeano o Benedetti dejan y dejaron secos centenares de tinteros para avisarnos de que, si bajo nuestra responsabilidad decidimos consumir realidad, nos preocupemos de hacerlo en compañía de seres queridos y siempre en dosis bajas.

Compartir los sueños es un lujo. Así, César Abal hacía lo propio con María José y María José conversaba con Guillán. Mi “padrino” Guillán le contaba sus ilusiones a María Biempica y a Rosa, y Rosa se las susurraba a Arturo. Arturo las desgranaba ante Paula y Paula se vestía con una sonrisa para llevárselas a Pablo y a Jacobo. Jacobo y José Benito –para formar parte de un equipo no hay que aparecer en una lista– despachaban con Ricardo Aguilar, que hace las alegrías de los presentes cuando entra en escena porque es un caballero; y Celia hacía piña, pongamos, con Beatriz y Beatriz con Miguel, mientras Óscar nos enseñaba, con toda la objetividad con la que podía, qué es para él un chouji. Y Juan Carlos, Ana, Ana Isabel, Eloísa, Víctor, Susana, Silvia, las Martas, Yolanda, Chus, Rosi, Roberto, Juan Luis, Jesús y toda la panda, que son muchos y seguro que me dejo atrás un buen puñado... Toda la panda se colaba a veces en un despachito que llenamos de vida en un tiempo récord.

Compartimos sueños y calendario. Y el jefe, tal y como me gusta llamarle, era y sigue siendo (en presente) un hombre de 52 años que camina apurado, que tiene algo de terremoto y es dueño de empresas que generan millones y millones de envidias, que se llama Telmo Martín, que es un político poco político, que es capaz de llorar en público y no precisamente de alegría y también de levantarse en una rueda de prensa para abrazar a una trabajadora y que intentó, sin éxito y en dos ocasiones, ser el alcalde de Pontevedra. En las dos fue el más votado, pero se quedó a las puertas de gobernar por la Ley Electoral. Yo no diserto sobre lo adecuado o inadecuado de esa norma, no tengo suficiente criterio y prefiero escribir de personas, que es lo que estoy haciendo, pero ganar las elecciones en Pontevedra, ganar del verbo ganar, las ganó mi jefe.

Es “como un fuego” (emplea mucho esa frase) porque no entiende de pausas y porque necesita ser una chispa para sobrevivir. Si Telmo Martín no fuese eso, una chispa, no sería Telmo Martín. Y de esa chispa nació un incendio –no un fuego, un incendio– que se llama equipo (un equipo gigante de más de 30 personas), que no triunfó en el partido pero sí sudó la camiseta hasta el final, como el Real Madrid cuando apela a la casta, como aquel Federer de camiseta azul que en Melbourne lloró como un niño ante Rafa Nadal.

De ese grupo forman parte personas como ese sol inmenso que me abraza a menudo, que ya no se va a separar nunca de mi lado y que rompió su caparazón para llorar a solas conmigo; gente como César, con quien mi afinidad empezó el año en que nacimos peligrosamente (1979) y que todavía está desconsolado, que se encoge de hombros en la sede y fuera de ella y que navega por blogs escritos y por los que están por escribir en busca de respuestas. Si las encuentras, compañero, dale al botón de compartir, que aquí ha quedado demostrado que todos sabemos soñar y ganar juntos, aunque no sea por goleada. Más allá de los fracasos que quieran imputarnos, nos queda mucho por hacer y no podemos quedarnos inmóviles al borde del camino porque, tal y como escribió el trovador, nos toca hacer futuro de nuestra fuerte fragilidad.

1 comentarios:

Luisa Pérez Puga dijo...

Muchas gracias, César. Eres un sol.
Bicos.