Estaba leyendo la prensa local en la cafetería habitual a la que suelo ir cuando uno de mis mejores amigos (de esos que has crecido a su lado sin saber cuando fue el primer día que os conocistéis) me dice en plan broma: "César, mira Reverte escribiendo sobre el artículo de tu blog". La sorpresa fue observar como este amigo que nunca se interesó por la política y que negaba que me leyera, de repente lo reconociese y mostrara un atisbo de preocupación social en lo que le rodea. El texto, que es lo de menos y que supongo que habrá muchá más gente que opine como yo, trata sobre cómo transcurre el bicentenario de la guerra de la Independencia, en donde parece ser que la pasividad de nuestro bipartito es un mal endémico. Os dejo con él y de nuevo con el vídeo de la recreación de la Batalla de Pontesampaio.
Entristece comprobar cómo transcurre en España el bicentenario de acontecimientos relacionados con la guerra de la Independencia, en el supuesto –no tengo la certeza absoluta– de que aún la llamen así los libros de texto. Si algo caracteriza el asunto es el desinterés institucional y el carácter local, casi privado, de cada acto. Un ayuntamiento, un colegio, un grupo de aficionados a la historia de su pueblo, convencen a las autoridades, consiguen una modesta financiación y, a fuerza de entusiasmo y tesón, la iniciativa sale adelante: La Albuera, Bailén, La Coruña. O no sale. A veces tropieza con muros de incomprensión o recelo. A no pocos imbéciles, recordar batallas les suena a militarismo, y recelan de una Historia que ni conocen ni les importa. Otros, los perspicaces, intuyen que esas cosas crean ambiente y dan votos. Entonces se adhieren al proyecto, a veces –seamos justos– con sincero entusiasmo. Pero esto suele ocurrir a escala local. Más arriba, las cosas cambian. Por lo común, para que haya apoyo económico e institucional, el ayuntamiento debe estar regido por el mismo partido político que gobierna la comunidad correspondiente. Si no, la respuesta suele ser la indiferencia más absoluta, se trate de la guerra de la Independencia o de la guerra de las Galaxias. Y del Estado, qué les voy a contar. Ni está ni se le espera. Sobre la comisión para el bicentenario, que con tanta pompa presentó en su momento, huelgan comentarios. A su currículum y actividades me remito.
Luego viene la mala fe y la mezquindad de cada cual. Ejemplo fresco es Gerona: escenario, con Zaragoza, de una de las más tenaces y heroicas defensas contra los franceses. Estos días se puede visitar una exposición que pasa de puntillas por la figura del general Álvarez de Castro y apenas menciona la guerra peninsular. La pasmosa lectura del asunto es que aquello fue un episodio menor de las relaciones bilaterales entre Cataluña y Francia, que la ciudad mejoró una barbaridad bajo la ocupación –casi liberación– napoleónica, y que los oprimidos –por España– payeses y ciudadanos gerundenses se vieron obligados por los militares españoles a defender la ciudad contra su voluntad y sus intereses, en una guerra tonta que ni les iba ni les venía. Poco más o menos. Con un catálogo de la exposición, además, publicado sólo en catalán, con un resumencito al final en francés, inglés y castellano. Para que no haya dudas al respecto.
Con otro asedio ha habido más suerte. En Zaragoza, donde el carácter nacional de aquella guerra no lo discute nadie, la conmemoración del primer sitio francés fue espléndida. Incluyó una recreación histórica que, al principio, el ayuntamiento veía con recelo. Sacar uniformes de época, banderas y fusiles a la calle le parecía un alarde militarista y patriotero. Ahora, en vista del éxito de público obtenido –20.000 personas, y la gente encantada–, ha decidido hacerse cargo del asunto el año que viene, sin complejos. Y es que no hay como los votos para revisar conceptos. Otro caso de respuesta popular ha sido el de Medellín, que este año se volcó en el recuerdo de una batalla que, en 1809, costó allí 8.000 muertos a los españoles. Su memoria se honró como Dios manda, gracias a la iniciativa de un humilde profesor de instituto que convenció a sus paisanos. Colaboraron el ministerio de Defensa –que siempre ayuda cuando se lo piden– y las asociaciones napoleónicas. Hoy, un monumento a la paz y a la memoria señala, al fin, ese campo de batalla.
Como ven, pese a todo, hay gente que no se rinde, y arrastra a otros en el sueño de recobrar su memoria histórica, la de todos, borrada por siglos de estupidez e incultura. Un acicate perfecto para que los jóvenes se interesen por libros y museos. Por la huella de lo que fueron y la clave de lo que son. Hay que agradecer ahí el trabajo dignísimo, entusiasta, que hacen las asociaciones napoleónicas españolas; que con sus grupos de recreación histórica, en compañía de aficionados ingleses y franceses, reconstruyen los escenarios en espectáculos brillantes y emotivos. Dan así una lección de Historia viva, y rinden homenaje a los miles de compatriotas que lucharon y murieron en España hace doscientos años. Eso ocurrió en Somosierra el año pasado, gracias al tesón de la asociación de Voluntarios de Madrid; y se repetirá en Talavera dentro de dos semanas, cuando se conmemore la batalla que allí riñeron, en julio de 1809, españoles, ingleses y franceses. Un choque sangriento que acabó en tablas, con casi 15.000 bajas y un regimiento de caballería español, el del Rey, dando una carga sable en mano que los historiadores califican de ‘asombrosa’. Con motivo del bicentenario se han dado allí conferencias y publicado cuadernos didácticos para escolares, se expone una estupenda maqueta que reproduce el lugar, y el domingo 21 de junio está prevista una recreación con tropas uniformadas de época en el campo de batalla. También habrá acto institucional. Esta vez hubo suerte. Como el ayuntamiento es del Pesoe, colabora la Junta de Castilla-La Mancha.
Entristece comprobar cómo transcurre en España el bicentenario de acontecimientos relacionados con la guerra de la Independencia, en el supuesto –no tengo la certeza absoluta– de que aún la llamen así los libros de texto. Si algo caracteriza el asunto es el desinterés institucional y el carácter local, casi privado, de cada acto. Un ayuntamiento, un colegio, un grupo de aficionados a la historia de su pueblo, convencen a las autoridades, consiguen una modesta financiación y, a fuerza de entusiasmo y tesón, la iniciativa sale adelante: La Albuera, Bailén, La Coruña. O no sale. A veces tropieza con muros de incomprensión o recelo. A no pocos imbéciles, recordar batallas les suena a militarismo, y recelan de una Historia que ni conocen ni les importa. Otros, los perspicaces, intuyen que esas cosas crean ambiente y dan votos. Entonces se adhieren al proyecto, a veces –seamos justos– con sincero entusiasmo. Pero esto suele ocurrir a escala local. Más arriba, las cosas cambian. Por lo común, para que haya apoyo económico e institucional, el ayuntamiento debe estar regido por el mismo partido político que gobierna la comunidad correspondiente. Si no, la respuesta suele ser la indiferencia más absoluta, se trate de la guerra de la Independencia o de la guerra de las Galaxias. Y del Estado, qué les voy a contar. Ni está ni se le espera. Sobre la comisión para el bicentenario, que con tanta pompa presentó en su momento, huelgan comentarios. A su currículum y actividades me remito.
Luego viene la mala fe y la mezquindad de cada cual. Ejemplo fresco es Gerona: escenario, con Zaragoza, de una de las más tenaces y heroicas defensas contra los franceses. Estos días se puede visitar una exposición que pasa de puntillas por la figura del general Álvarez de Castro y apenas menciona la guerra peninsular. La pasmosa lectura del asunto es que aquello fue un episodio menor de las relaciones bilaterales entre Cataluña y Francia, que la ciudad mejoró una barbaridad bajo la ocupación –casi liberación– napoleónica, y que los oprimidos –por España– payeses y ciudadanos gerundenses se vieron obligados por los militares españoles a defender la ciudad contra su voluntad y sus intereses, en una guerra tonta que ni les iba ni les venía. Poco más o menos. Con un catálogo de la exposición, además, publicado sólo en catalán, con un resumencito al final en francés, inglés y castellano. Para que no haya dudas al respecto.
Con otro asedio ha habido más suerte. En Zaragoza, donde el carácter nacional de aquella guerra no lo discute nadie, la conmemoración del primer sitio francés fue espléndida. Incluyó una recreación histórica que, al principio, el ayuntamiento veía con recelo. Sacar uniformes de época, banderas y fusiles a la calle le parecía un alarde militarista y patriotero. Ahora, en vista del éxito de público obtenido –20.000 personas, y la gente encantada–, ha decidido hacerse cargo del asunto el año que viene, sin complejos. Y es que no hay como los votos para revisar conceptos. Otro caso de respuesta popular ha sido el de Medellín, que este año se volcó en el recuerdo de una batalla que, en 1809, costó allí 8.000 muertos a los españoles. Su memoria se honró como Dios manda, gracias a la iniciativa de un humilde profesor de instituto que convenció a sus paisanos. Colaboraron el ministerio de Defensa –que siempre ayuda cuando se lo piden– y las asociaciones napoleónicas. Hoy, un monumento a la paz y a la memoria señala, al fin, ese campo de batalla.
Como ven, pese a todo, hay gente que no se rinde, y arrastra a otros en el sueño de recobrar su memoria histórica, la de todos, borrada por siglos de estupidez e incultura. Un acicate perfecto para que los jóvenes se interesen por libros y museos. Por la huella de lo que fueron y la clave de lo que son. Hay que agradecer ahí el trabajo dignísimo, entusiasta, que hacen las asociaciones napoleónicas españolas; que con sus grupos de recreación histórica, en compañía de aficionados ingleses y franceses, reconstruyen los escenarios en espectáculos brillantes y emotivos. Dan así una lección de Historia viva, y rinden homenaje a los miles de compatriotas que lucharon y murieron en España hace doscientos años. Eso ocurrió en Somosierra el año pasado, gracias al tesón de la asociación de Voluntarios de Madrid; y se repetirá en Talavera dentro de dos semanas, cuando se conmemore la batalla que allí riñeron, en julio de 1809, españoles, ingleses y franceses. Un choque sangriento que acabó en tablas, con casi 15.000 bajas y un regimiento de caballería español, el del Rey, dando una carga sable en mano que los historiadores califican de ‘asombrosa’. Con motivo del bicentenario se han dado allí conferencias y publicado cuadernos didácticos para escolares, se expone una estupenda maqueta que reproduce el lugar, y el domingo 21 de junio está prevista una recreación con tropas uniformadas de época en el campo de batalla. También habrá acto institucional. Esta vez hubo suerte. Como el ayuntamiento es del Pesoe, colabora la Junta de Castilla-La Mancha.
Arturo Pérez-Reverte en XL Semanal
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